21 de Septiembre 2022

sin_nombre

Soy incapaz de explicar la tristeza que me produce esta ciudad. Ni siquiera me gusta teclear su nombre. Lo he escrito varias veces y borrado un par más. Paseo por las mismas calles que antes porque me aterra pensar que existan otras aún peores. Un laberinto más estrecho y de paredes más oscuras, quizá. Así que sigo el rastro de migas de otras veces. Convencido de que los ricos no quieren pan seco. Y que seguirán ahí, en el mapa de cada ciudad que enterramos en la arena del cerebro. Atardece y las farolas no se iluminan ante la amenaza del gas. He pasado junto a una pastelería portuguesa y he pensado en ti con la nostalgia de un portugués pero la frialdad de un alemán. Pasteis de nata. Frisch aus dem Backofen. He cenado en un napolitano. He visto desde la calle un horno de piedra y mi corazón de harina, con los bordes ya quemados, ha latido en burbujas de tomate. Están muy contentos de que les hable con mi falso italiano. Lo prefieren a mi falso alemán. Así nos entendemos todos. Buonanotte. Danke schön. Al salir, las farolas iluminan el rastro de miguitas hasta el hotel. En realidad está ciudad siempre se ha portado bien conmigo. Muy bien, diría. Pero le tengo un rencor inmerecido. Y saber que estoy siendo injusto me decepciona, me entristece, me cabrea. Y me nublo más que el cielo. Y conforme empieza a llover se destiñe mi alma negra. Y eso sólo lo consigue una persona y una ciudad. Y siempre me prometo que no volveré a ellas.

enfant terrible,
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