La gaviota me mira desde la barandilla. El servicio es tan rápido que aquí no hay desperdicios de comida. O, al menos, las gaviotas no están invitadas. No es fácil aguantarle la mirada a otra especie. Espero que para ti tampoco lo sea. A los dos nos da igual la exquisitez de este desayuno preparado por un cocinero de estrella Michelin. Veníamos a por la supervivencia. Tú tienes hambre y yo resaca. Estamos cerca de puerto y tú conoces mejor la zona. Puedo dejar, disimuladamente, una parte de huevos revueltos oxigenados con esnobismo, y media tostada francesa. E incluso, pedir algo de salmón, que a mí me provocaría un shock anafiláctico en apenas segundos. Así que tendrás que ser rápida. Cuando los uniformados con mandil y sonrisa desaparezcan de cubierta, sacudiré la servilleta, acercaré el plato a la barandilla, y deberás aterrizar a este lado de la mesa. Soy un pulsera roja sin barra libre de desayuno. Espero que lo disfrutes.
He visto cómo la gaviota desaparecía hacia la línea de costa con el botín en el pico. Ha aleteado tan rápido como las piernas en el robo de un banco. He podido ver cómo miraba agradecida. Pero he sido incapaz de aguantar la mirada.