Estoy corriendo en una pista de atletismo para hámsteres millonarios. En la cubierta quince puedes ver cómo amanece, mientras das vueltas sobre un falso tartán de 240 metros de recorrido. En la curva de popa varias instagramers hacen el saludo al sol. Hashtag yogaonboard. Hashtag morningroutine. Se acercan a la barandilla con el móvil en alto y retroceden. Sonríen durante la grabación y fruncen el ceño al bajar el móvil. Microsatisfacciones, supongo. Más likes que gotas de sudor. En el metro 40 del tartán, un ruso con una cicatriz de norte a sur del pulmón fuma un puro y dice que no entiende qué hago corriendo a estas horas. Yo tampoco, Vadim. En cubierta se cruzan las obsesiones como los vientos de proa. Nos acercamos a un puertecito donde el diminuto francés empezó a sacar cabeza en mil setecientos noventa y tres. Dejo de correr, me apoyo sobre la barandilla, y veo tantas fragatas que si guiño los ojos puedo ver el tablero de hundir la flota. Cada vez nos acercamos más, y a babor un portaaviones, y a estribor un crucero. Susto o muerte. La misma eslora, con diferente pintura. Vadim da una última calada al puro y dice. Estáis todos locos. Y se ríe como un loco más.
enfant terrible,