Me he abierto la cara con una lama de parqué. Estaba desmontado, lama a lama, en la terraza. Ordenado. Con un número escrito, con mala letra, en rotulador negro. La temperatura de los últimos días no ha bajado de treinta mediterráneos grados. Pero esta mañana una tormenta de verano, o de cambio climático, ha empezado a regar nuestras cabezas. Y las lamas que se tostaban al sol han empezado a mojarse. He corrido descalzo, hasta notar el agua en los pies sobre las baldosas de la terraza que aún hervían. Me he resbalado al coger el primer grupo de lamas. Y la número 43 me ha segado la cara. La mejilla izquierda ha empezado a chorrear sangre. He pensado que ha debido ser un corte limpio pero profundo. Como una hoja de papel cabreada. He corrido con la mano en la cara tratando de taponar la herida. Ante el espejo he visto cómo la sangre empezaba a escurrirse por la muñeca. Debo reconocer que estaba asustado. No sabía si lo correcto era lama o lámina.
enfant terrible,