Decidí que escribiría una novela corta, rápida, y mala en lo que dura un trayecto de avión entre Nueva York y Madrid. Era una idea entre mala y peor. Pero no tenía un libro, ni auriculares con los que escuchar una de esas películas de pantalla pequeñita, y lo peor, tampoco tenía sueño. 37L viaja con un perrito. Y ahora nadie sabe dónde está el animalito. Y uso el diminutivo porque no me imagino a bordo a un mastín en este vuelo en el que no cabe un alfiler facturado como equipaje de mano. Andamos buscando a Ramón, que así se debe de llamar el perro por lo que hemos deducido de los gritos de 37L. El hombre tampoco parece estar muy preocupado. No debe de ser la primera vez que Ramón se va a descubrir mundo por los pasillos de un Boeing. Siempre me han gustado los perros con nombre de humano. Uno piensa en su vecino, o en su tío muerto, o en un antiguo jefe jubilado. 42E ha gritado Here he is! Y ha levantado al perro como a un trofeo. Como un Simba facturado.
enfant terrible,