27 de Agosto 2020

césped artificial

El suelo del cielo está alfombrado de césped artificial. Al otro lado del cristal de aire acondicionado las palomas vuelan en silencio. Cuando alzan sus aceitunas de ojos al cielo ven la espalda de Dios, retorciéndose de dolor sobre el césped artificial.
Todo el mundo conoce la artrosis lumbar del Señor y sus efectos sobre su humor, las adicciones que se derivan de ella para circundar el dolor, y su posterior ira cuando éstas no funcionan. Pero lo que nadie había visto, salvo nuestras amigas las palomas, es el macramé de hierba artificial que se dibuja sobre su fornida espalda cuando se levanta del alfombrado celestial gritando como un poseso. Mecagondios.
En el antiguo libro, bien trenzado e imaginativo, hablaban de plagas de langostas, pero en realidad los redactores nunca supieron que era una escoliosis mal resuelta; una lesión de niño con la cabeza sobre el pupitre, y las manos poco hábiles de los masajistas que, fueron volando, una a una, por el cielo, en una plaga mal entendida de fisioterapeutas amputados.
Es por ello que en este moderno libro digital los redactores esperan con ansia la noticia de la vacuna, el fin de la pandemia, pero sólo algunos entienden la cortina de humo que supone la espera. En realidad, el casting de la ira contra los humanitos sólo busca unas manos como grúas. Las de un quiropráctico capaz de crujir las vértebras de elefante, que reposan cabreadas y que rechinan ira, como dientes podridos de caries. Una vez descomprimido el dolor Dios abrirá la mano, y liberará la vacuna contra la pandemia.
En los titulares nadie hablará de palomas, ni de espaldas, ni siquiera de césped artificial.

enfant terrible,
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