5 de Agosto 2019

nada,

Pienso en los días tranquilos, en la no consecución de nada. El suelo está harinoso. No importa cuanto lo riegue porque el sedimento sigue ahí, invisible, como cosquillas imaginarias. Pero hay una inquietud que me obliga a agacharme, y acariciar el suelo, y mirarme la palma de la mano, muy de cerca, en busca de algo que no sé qué es. Y después entre los dedos de los pies porque en realidad, intuyo que las cosquillas nunca son imaginarias. Así que bajo a la calle, con los pies descalzos, pensando que existirá un rastro de harina que me lleve a alguna parte. O, al menos, hasta la piedra del molino. Pero sé que no lo hay, porque ya no existen molinos. O eso dicen. Porque ya no existe nada, sólo el ruido tranquilo de los tenedores, que proviene de balcones ciegos, tapados por las copas de los árboles, en noches dolorosamente húmedas de verano. Y al levantar la vista no veo a las familias mudas que cenan, únicamente las hojas muertas de palmera que reposan como barbas de anciano. El calor ha apagado las voces, salvo las del telediario, que parecen estar de acuerdo en todas las lenguas que los molinos han desaparecido, borrando así el rastro hacia cualquier explicación. Y lo único a lo que puedes aspirar es a seguir caminando, descalzo, en las noches tranquilas, hacia la no consecución de nada,

enfant terrible,
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