21 de Marzo 2005

Salud

Es una mujer alta, de unos quince o veinte metros. Se acerca con los hombros lánguidos, con un flequillo desigual, con una maravillosa voz ronca. Me coge por la cabeza con la curiosidad que un niño coge por primera vez una lagartija del rabo.
Vistas sus pestañas de cerca, uno empieza a entender porqué los huracanes siempre tienen nombre de mujer. Sonrío mientras imagino a un millón de niños rezando para que ella no parpadee.
Le pregunto la edad, y bueno, sonríe, me sopla, y noto su aliento en la cara, en las piernas, en los huevos, y por fín dice. Unos meses.
Después de eso dice. Escúpeme. Mójame. Vuelve a encogerme. Soy tu capacidad para amar. Déjame como antes. Como siempre. Enana.
Así que saco un pequeño vaso de tequila del bolsillo, que sólo Dios sabe porque esa estúpida manía de andar con vasos en los bolsillos, me acerco a la orilla y poco a poco. Vasito a vasito. Con ternura, con una terrible tristeza. La mojo, la encojo, y la cojo. Con dos dedos. La dejo caer en el fondo del vaso. Sirvo un tequila. Y me la bebo. Salud.

enfant terrible,
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