Oigo como las neuronas se fusilan unas a otras. Nadie parece querer vivir ahí dentro. Hacen bien. Las escucho caer hasta los pies. Debía tener más de las que creía. Me pesan los pies.
Soy consciente de que me estoy dejando ir. Un suicidio consentido. Ambas partes de acuerdo. Y todos tan contentos.
Flores sobre la mesita de noche. Las flores son siempre sentimientos de culpabilidad con pétalos más o menos horteras. Unos cuernos, rosas. Saber que te mueres, tulipanes. Muerto, coronas con una banda lila.
Cocodrilos que visitan con lágrimas de familiar. Susurros. Besos sólo en la frente. Los que se merece alguien que empieza a estar frío. Lejos de los treintayséis grados.
Un corazón que ya no late. Por mucho que se empeñe ese osciloscopio. Esto ya no se mueve. Así que esas 62 pulsaciones mienten más que hablan.
No estoy viendo pasar mi vida ante mí. La leyenda urbana prometía un último pase. Alguien se está quedando con mis cinco euros veinte.