cuando sepa que eres una mujer
que va a morir sola,
te abrazaré
como ahora abrazo a mi abuela
los galones
hay que ganárselos,
y las jerarquías
respetarlas
los ancianos
y los generales,
lo saben
La mayoría de veces el arte no es importante, sólo lo es la guerra de trincheras que existe en la cabeza del artista.
El humo negro seguirá manchando todas las tardes. Escribiré una oración por cada uno de tus miedos. Puedes pasarte la vida imaginando cómo reaccionaría tu cuerpo ante un balazo, pero si el mayor de tus riesgos es enamorarte ó bucear con bandera amarilla, estamos jodidos.
He estudiado seis formas de desaparecer (ante la mirada roja de un negro). Había chorros verdes de sangre oscura en el suelo. Podría seguir mirándote como si fueras la última cosa a la que poder mirar.
En el sueño, Himmler escupe sobre su retrato, se automutila, y pisotea el brazalete. Somos los mismos que pintaban bisontes en las grutas hace años.
Mañana, alguien seguirá ideando nombres extraños para los petroleros, mirando al mar como sólo un preso mira al cielo.
Esta noche hay una mujer arreglándose en algún cuarto de baño para ti, y tú aún no la conoces. Pensaré mucho en nosotros cuando hayamos muerto. La gente sigue agachando la cabeza las noches de lluvia.
Me desperté, me hice una paja, y me afeité. Cogí un billete de cincuenta de entre las páginas de Veinte mil leguas de viaje submarino, y bajé a la calle. El calor se agarraba a los cuerpos como las manos de un violador. Arranqué el motor, y salí de la ciudad.
Crucé la costa con las ventanillas bajadas y me detuve ante la puerta de su casa. Mi padre leía el periódico al otro lado del jardín. Entré, me abrazó, y comimos y bebimos el resto de la tarde.
Como en cualquier noche de Agosto hubo una mala pregunta, y fue mía. ¿Qué canción quieres que suene el día de tu entierro? Los dos nos quedamos en silencio mirando las cortezas de queso mordidas sobre el plato.
Me fui de su casa, y se quedó sentado en el borde de la cama. La camiseta de tirantes reposaba sobre su barriga como un animal tranquilo. Me di cuenta por primera vez de porqué le quería. Ocurrió de repente. Como la lluvia inesperada. O el olor del barro recién pisado.
Subí al coche y encendí un cigarro. Me quedé mirando el fondo iluminado de la piscina vacía mientras en mi cabeza sonaba el Hallelujah de Jeff Buckley.
Salí de allí, y pensé en el día que Keith Richards esnifó las cenizas de su padre. Nadie pareció entender un gesto de amor tan puro. El acto siempre está por encima del pensamiento.
no dedico mi vida a nada
no dedico mi vida a nadie
la poesía no nos salvará de la vida
pero la vida tampoco va a hacer
gran cosa por nosotros
no me pidas que salde todas mis deudas
seguramente los dos seguiremos lamiendo
de la misma montaña de sal