25 de Junio 2019

acuario opaco

Un psicólogo es un peluquero que te corta el pelo cuando empieza a nacer hacia el interior de la cabeza. Y las puntas se abren, como ramilletes de espárragos secos, barriendo el suelo, arañando el bulbo raquídeo, hasta que estornuda y se repliega. Pronto, las manos de la peluquera se vuelven azules y degollantes. Aunque la palabra no exista, pero sí el azul. Y se humedecen, hasta las yemas, recolocando los peces en el acuario opaco de la cabeza apagada. Cuando vuelva la luz, todo deberá estar en su sitio o, al menos, parecerlo. Y eso incluye a los antiguos pobladores, a los peces de la memoria. Que una vez desenmarañados de las cuerdas de pelo, deberán boquear recuerdos, como burbujas hacia la superficie. Esquivando los brazos del plancton que ondulan, como los enlaces entre los átomos de la medicación. Relajados como mangas de viento en el desierto. Y la mirada de un niño que flota en su propia piscina amniótica. Si cada corte de pelo es un renacer, ningún pez recuerda nada, porque esa era la promesa iniciática hacia el anzuelo de la felicidad. Después, las manos sanadoras se deshacen de los guantes, se enjuagan y borran las pistas del olor, hasta la próxima cabeza.

enfant terrible,
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