6 de Julio 2005

Aspas

Dos niños andan persiguiéndonos por las calles de Tijuana. Nos lanzan bolas de billar a la cabeza con la estupenda puntería que sólo pueden tener dos críos con churretes en las orejas.
Una mujer de cien años, lista y bonita como un siglo mejicano me advierte que el amor asusta. Dice. Esta mujer por la que ahora matarías, algún día te dará asco.
Los niños siguen lanzando bolas, pero seguramente estemos demasiado lejos o los frijoles no den toda la fuerza que las madres prometen.
Ella me pregunta desde cuando hay toboganes en Tijuana que desembocan en Ciudad del Cabo mientras yo pago dos monedas por dos viajes. Deslizamos el culo por el plástico azul, sin demasiado miedo pero sin demasiada euforia. Supongo que esa es la mejor forma de hacer las cosas un miércoles nublado.
En diez minutos cambiamos de continente y desayunamos cerveza preguntándonos porqué quedará gente empeñada en inventar el teletransporte si existen estos estupendos toboganes azules.
Algunos toboganes tienen agujeros es lo que dice el camarero. Lo cierto es que no prestamos demasiada atención, seguramente porque no parece un tipo en quien confiar demasiado, o porque sólo un tonto anda preocupándose por las malas noticias en un sitio tan bonito como este.
Eruptamos hasta vaciar la jarra. Primero ella. Después yo. Ella siempre gana. Parece imposible que un ruido así salga de algo tan bonito.
Una bola de billar cae sobre la jarra, y un niño nos saluda divertido desde el otro lado del tobogán. Ella dice que existen pocas cosas tan elegantes como la bola negra. Y se la come. Salud.
La luz se cuela entre los barrotes de la barandilla y la persiana. Ella se levanta sudada y pone el ventilador en el número tres. Murmura tres. Murmura calor. Y nos volvemos a quedar dormidos con el suave traqueteo de las aspas.

enfant terrible,
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