2 de Diciembre 2004

Again

Vacío un bote. Doscientos siete cacahuetes. Te he dibujado. La sonrisa no es perfecta, y bueno, las orejas son un tanto absurdas, pero créeme, no es fácil hacer un retrato con cacahuetes.
Fritos con miel y ligeramente salados es lo que puede leerse en el envase. Son unos cacahuetes deliciosos, así que me como tus orejas y parte de tu pelo. Estás horrible, triste como un judío dentro de uno de esos campos. Ya no eres tú.
He visto pasar una noche y dos días a través de la ventana. La gente sube y baja las persianas con una puntualidad inquietante. Supongo que en el fondo es cierto eso de que somos animales. De costumbres.
Barba de tres días. Bebo vino y no como. Estoy perdiendo peso. Dejo caer algunos cacahuetes dentro del vaso. Flotan con la misma melancolía que los marineros del Kursk. Pobres chicos, pobres madres. Que imagen tan triste la de una mujer abrazada a un portarretratos en un telediario.
Cuarenta cacahuetes. Dos filas de seis para las paredes. Doce para el tejado. El resto da para una ventana y una puerta. Odio esa frase que desaconseja empezar la casa por el tejado, así que los últimos cacahuetes que coloco son los que forman la base. A la mierda los cimientos.
Sexto día. La barba empieza a llegar a las mejillas. Sigo sentado a la mesa. No me estoy volviendo loco. Sólo estoy haciendo tiempo. Acaricio una flecha de mocos pegados sobre el mantel. La punta es más oscura que el otro extremo. No ha sido fácil conseguir un buen gradiente. Alguien por la radio asegura que los jóvenes se drogan cada vez más. No he sacado ningún moco con restos blanquecinos, esta vez no. Lo cierto es que la flecha apunta a un bote de Eagle Peanuts. Llevo mirándolo una semana. He envasado dentro toda tu tristeza al vacío. Sólo estoy esperando ver como caduca. Y vuelves a sonreír. De nuevo.

enfant terrible,
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