Ponte esto. Vamos a robar. Un descapotable. Un coche que nos merezcamos. Uno que nunca podríamos pagar.
Pestañéale a todo el que pase. Yo me ocupo de la electrónica. Hay un montón de viejos repasándote el escote. Y un montón de cablecitos verdes cerca del sistema de arranque. Verdes. Como tus tacones. Mejor puenteo el azul. Cualquiera se fía de esos zapatos.
No me mires así. Ya sé que dos horas para robar un coche no es un récord. Mi intención no era ocupar las páginas de ese estúpido libro de hazañas inverosímiles.
No tenemos demasiado dinero. Ni para la gasolina del coche. Ni para la nuestra. Pero como cantaba aquel grupo de melenudos. Lifes a journey, not a destination.
Bailamos. Sobre el capó. Todas las canciones. Todas las que te hacen sonreír. Quítate los tacones. No le rayes el coche al dueño. Somos malos buenos. Acuérdate.
Y cuando empiece a llover. Y sólo se escuchen sirenas. Y no tu voz. Quítate el cinturón. Acelero. Y morimos. Jóvenes. Felices. Bonitos. Como este descapotable italiano.