5 de Febrero 2004

Pánico

Expresión hierática tras un mostrador azul. Me da miedo, es gélida. Siempre me dice que le dé el deuvedé a ella, alega que el buzón de devolución no funciona. Y me asalta la duda de cómo se puede estropear un buzón, pero como me considero un tío educado obedezco, aunque no sin miedo.
Me acerco a ella, y esa ridicula gorra amarilla que forma parte de su uniforme de mujer-videoclub me descoloca, me desconcierta enormemente, en cualquier otra situación me daría lástima, vergüenza ajena, o cualquier otro de esos sentimientos que no enseñan en un colegio de pago.
Los seis pasos que me separan de ella los camino con la cabeza agachada, vestido de naranja chillón, con grilletes en pies y manos, con un número de identificación en el pecho, maldito corredor de la muerte. Visión de tunel, y al final ella, y no, para nada ella es mi última voluntad.
Le entrego la dichosa cajita exquisitamente cerrada, y el deuvedé rebobinado, se lo prometo. Ella roza levemente la punta de mis dedos, y en ese preciso instante, cual niño del sexto sentido, sabe exactamente acompañado de quien vi la película, es más, sabe que títulos soy incapaz de acabar, y algunos días incluso intuye mi menú.
He decidido que voy a acabar con este sinvivir, creo que a los veintidos aún no me merezco un marcapasos. Me he acercado a un pequeño videoclub que está a media hora de mi casa, de acuerdo, cerca no está, pero selecciono la cinta en una pantalla táctil mientras una amable voz metálica me informa del precio. Además cuando la devuelvo, tengo la certeza que ese video-cajero no hace uso de su bola de cristal. Vamos, eso espero.


enfant terrible,
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