Otra vez esa maldita sensación de que podría sentarme junto a un muro, y comérmelo poco a poco, en pequeñas magdalenas de hormigón. Esa maldita sensación de ser el último hombre bailando sobre la última placa tectónica. De notar los haces de músculos tensarse como los cables de un ascensor, mientras el cielo se desprende como velcro viejo. Otra vez esa maldita sensación de que podría sobrevivir a casi cualquier cosa. Incluida tu mirada.
en la estación
nadie mira cómo amanece
leen sus periódicos
miran al cemento
silencian sus teléfonos
los humanos han muerto
nadie mira cómo amanece
El pánico ante la frialdad con la que te deshaces de las cartas de las mujeres a las que quisiste. Es el mismo pánico ante la frialdad con la que jodes con mujeres a las que nunca querrás.
Un ruido sordo y seco. Como el de un gato cayendo al suelo desde lo alto de un faro. Hay corrientes de efedrina flotando, como un soplo de purpurina azul, en los agujeros negros de mis miedos. Cada vez que cierro los ojos veo un planetario en la bóveda de mi cabeza. Cada vez que los abro veo un gato muerto a los pies de un faro. Está empezando a amanecer sobre el esqueleto de la ciudad. Los aviones despegan de entre las vísceras iluminadas. He oído un ruido sordo y seco. El faro se ha apagado.