3 de Febrero 2006

Gajos de mandarina

Después de tres horas sentado en la taza del váter, me levanto y me corto las uñas de los pies. Apago la calefacción y enciendo un cigarrillo. Giro el grifo del agua y no hay agua.
Bajo a la calle y compro una garrafa de cinco litros.
Cuarenta céntimos de euro después tengo los sobacos en remojo.
Soy tan asquerosamente educado que me doy los buenos días al verme en el espejo.
Vivir parece una equivocación menor después de unos calcetines limpios y unos calzones cómodos.
Me seco los sobacos con la capucha del albornoz. Me pongo los pantalones a cuadros del pijama y bajo a la calle.
Camino y meto la mano en el cajetín de las cabinas telefónicas. Camino tan rápido que los mosquitos estallan contra mi frente. Canto, silbo y floto. Durante las dos próximas horas soy Madonna. Soy Tyler Durden. Soy una niña de siete años con alas.
Paso junto a los escombros del último escape de gas. Hay gente que muere porque su vecino olvida cerrar el gas. O porque su mejor plan de suicidio pasa por volar el edificio entero. Con esa clase de gente vas a pasar el resto de tu vida.
Me despido de Uma Thurman. Que sonríe desde su poster de Pulp Fiction en lo que debía ser el salón. De color verde ahumado. Sobre el cerco marrón de lo que debía ser un sofá de tres plazas. Todo eso sobre la única pared que aún queda en pie. Hasta luego, Uma.
Es todo tan raro. Tan absurdo.
Canto, silbo y floto. Soy tan asquerosamente feliz que lanzo gajos de mandarina al aire, y trato de atraparlos con la boca. Y bueno, algunos caen al suelo.

enfant terrible 11:32 PM | Comentarios (27)