Necesitaba matar a la ciudad. No se trataba de acabar con las personas. Se trataba de aniquilar a la ciudad. De arrancarle las entrañas. De hundirle un brazo en el útero. De abortarla.
Esta ciudad manchada de bombillas rojas de navidad. Como el sarpullido incipiente en el cuerpo de un niño. Esta ciudad hostil y dura, capaz de morir matando. Esta Barcelona herida, mentirosa, y loca. Como cualquier mujer que en su día fue guapa. Esta ciudad que extermina a los mendigos sin mirarles a la cara. Esta ciudad sin agallas.
No estaba hablando de prenderle fuego, ni de dinamitarla. Estaba hablando de mellarle la boca, y obligarle a que se trague la lengua. De enterrarla viva. Y dejar que se asfixie bajo su propio nombre.