Claro que no puedo hablar de tu sangre fría de poner treinta ansiolíticos en fila. Y tragártelos de dos en dos.
No puedo hablar de tus tobillos colgando en el extremo de una camilla. Ni de la cara del chico de la ambulancia cuando te cogió en brazos.
No voy a explicar que lo único que pedías en la nota de despedida era un traje de novia. Y rímel en las pestañas.
Claro que no puedo escribir una frase que diga. Me has destruido.
Pero prefiero ser un escritor mediocre.
Y haberte salvado la vida.