Pelotas naranjas de ping-pong. Un tipo con sombrero sentado a una barra esperando como sólo sabe esperar alguien con un sombrero de piel de serpiente. Dice que las buenas preguntas nunca tienen buenas respuestas, y aunque estoy totalmente de acuerdo con él no se lo hago saber, así que seguimos bebiendo en silencio.
Una maravillosa chica baila descalza sobre el capó mojado de un coche. Grita time is running out y araña su muslo en el lugar en el que imagina las cuatro cuerdas de un bajo. Resbala y veo a una morena de metro ochenta y uno sobre el asfalto. Llora y no canta. La acompaño al hospital porque según dicen es mi amiga y allí escucho a una chica vestida de blanco decir que es una fractura. No me parece mal que le acaricie la pierna a mi amiga porque tampoco tengo muy claro que sea mi amiga y porque bueno, sólo es una radiografía. Escuchamos el diagnóstico con la indiferencia de quien ve las desgracias ajenas en un telediario y salimos de allí cantando algo que trata de ser sing for absolution. Ella cojea y yo la beso, lo que enseguida me parece un buen trato.
Alguien me pide dinero y alguien dice que se alegra de verme. Supongo que no en este orden. Sonrío y enseño una cartera vacía. Salgo de un baño y una portuguesa con los ojos tan tristes como el entierro de tu mejor amigo me pregunta por qué no la beso. Las buenas preguntas no suelen tener buenas respuestas. Encojo los hombros y no la beso. Una chica sonríe a una cámara y su novio mea tras ella. No es una gran foto pero sin duda parece una gran pareja.
Y eso es todo lo que recuerdo. El resto son dos chinos apretando los dientes como carniceros cabrerados. Dos chinos diminutos con palas diminutas golpeando enormes pelotas naranjas de ping-pong dentro de mi cabeza. Resaca.