Estoy orgulloso de mi mañana, no lo voy a negar. He sido capaz de despegar las vértebras del colchón después de haber dormido un par de horas. He llegado a la ducha tras atravesar un pasillo barnizado con los excesos de la noche anterior.
Con más agua y menos legañas, he osado dirigirme al banco con la inconsciencia propia de la resaca. Veinte minutos en una cola de pensionistas, ladridos propios de los sententaypico con dentadura postiza, y una pobre mujer que a juzgar por su aspecto, debería llevar unos doce o trece meses embarazada, una barbaridad.
¿Es usted el siguiente? Miro tras de mi, porque uno nunca se acaba de hacer a la idea de que lo traten con la misma educación que a su padre pese a ejercer de hijo poco solvente.
Me siento en una silla decorada con el logotipo del banco, y me parapeto tras mis gafas de sol ojerosas. Esté usted tranquila, doña Alicia, no me voy a poner una careta de presidente americano, no pienso atracarla, no, hoy no.
Me tiende mi nueva visa con carnet joven y me recomienda divertida que lo aproveche bien, que sólo me quedan cuatro años de juventud.
Me incorporo y la estudio, calculo que a ella le deben quedar unos menos veinte años de juventud, pero decido no parecer maleducado y no se lo hago saber. Me levanto, y para mi sorpresa soy capaz de pronunciar alguna muchisílaba (término que hace referencia a las palabras de más de dos sílabas pronunciadas con más esfuerzo que acierto los días de resaca). Perfecto (tres sílabas), muchísimas (cuatro, menudo alarde) gracias.